La admisión del ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, el 1 de julio -que el ejército de su país necesitaba 10.000 soldados más de forma inmediata- podría haber conmocionado al mundo incluso hace un año. Pero desde que Hamás lanzó la operación Inundación de Al-Aqsa el 7 de octubre, el Estado sionista del apartheid se ha visto acosado por multitud de crisis. En los últimos nueve meses, unos 900 oficiales del ejército israelí “han solicitado revisar la liberación de sus contratos”. (PalestineChronicle.com, 1 de julio)
Puede que no todos estos 900 oficiales estén motivados por la conciencia. Pero sea cual sea el motivo, estas cifras apuntan al hecho de que la moral militar israelí está bajo mínimos.
Para hacer frente a la necesidad de soldados, el Tribunal Supremo de Israel falló unánimemente en contra de la exención del reclutamiento de los judíos haredíes ultraortodoxos. Esta comunidad ultraortodoxa comprende alrededor del 13% de la población. Ha sido una base de apoyo para el Primer Ministro Benjamin Netanyahu. Y quiere mantener su largo privilegio de estar libre del servicio militar obligatorio.
El régimen de Netanyahu ha reprimido toda expresión de disidencia, incluidas las protestas de los haredíes contra el servicio militar obligatorio. Incluye las manifestaciones de las familias de los rehenes del 7 de octubre exigiendo al primer ministro que acepte un alto el fuego y un acuerdo de intercambio de prisioneros con Hamás. Incluye fuerzas dentro de Israel que expresan públicamente su oposición a la guerra.
Eso es lo que ocurre durante una guerra ilegal e imposible de ganar.
Por supuesto, la represión contra los ciudadanos israelíes palidece en comparación con el genocidio en curso en Gaza, que Netanyahu sigue insistiendo en que es necesario para “liberar” a los rehenes capturados por la Resistencia palestina el 7 de octubre. Al menos 38.000 palestinos han sido martirizados, pero el número real de personas masacradas por Israel podría ser muchas veces superior.
Solidaridad mundial: una parte de la resistencia
El colapso del apoyo sionista se extiende más allá del ejército israelí. En los seis primeros meses posteriores al 7 de octubre, unos 550.000 ciudadanos israelíes emigraron del país. La emigración a Israel ha disminuido.
En todo el mundo, el apoyo a Israel ha caído en picado. Trabajadores de diversos países han obstruido la producción o bloqueado los envíos de armas destinadas al Estado del apartheid. La intifada estudiantil, iniciada con una acampada en la Universidad de Columbia, atrajo a estudiantes de todo Estados Unidos y de muchos otros países.
Incluso los sindicatos estadounidenses, algunos de los cuales han apoyado a Israel en el pasado, han pedido un alto el fuego en Gaza y están debatiendo la posibilidad de desinvertir en bonos israelíes. No es ni mucho menos lo que deberían estar haciendo, pero representa un cambio radical que amenaza claramente la hegemonía estadounidense e israelí en Asia Occidental.
Si Israel fue alguna vez una “democracia” estable en la región, esos días han pasado. No hay vuelta atrás.
Juventud contra la Guerra y el Fascismo, que en su día fue el grupo juvenil del Partido Mundo Obrero, formó el Comité de Apoyo a la Liberación de Oriente Medio hacia 1969. Sus carteles y botones decían: “¡EE.UU. fuera de Oriente Medio! Palestina vencerá”.
Hoy, no podríamos estar más orgullosos de la Resistencia Palestina por haber creado la posibilidad de que ese lema se haga realidad.